Lic. Fernando Onetto
Coordinador del Programa Nacional de Convivencia Escolar
http://www.me.gov.ar/convivencia/publicaciones.html
Cuando era niño concurrí a dos escuelas diferentes para recibir mi educación primaria. Siempre recuerdo el primer día de clase en ambas instituciones. A uno lo recuerdo como un día frío y oscuro. Al otro como un día también oscuro pero extrañamente cálido. La penumbra que rodea a los dos recuerdos hoy la explico por la característica de sus patios de recreo. Al menos los de mis escuelas no gozaban de mucha luz. Más difícil me resultaba explicar la temperatura ambiente. Los comienzos de clases siempre son en la misma época del año: el final del verano. Para nosotros en el hemisferio Sur, el mes de marzo. ¿Por qué esos dos veranos tienen en mi recuerdo temperaturas extremadamente opuestas? No creo que la explicación estuviera en algún fenómeno natural no acostumbrado. Al menos no recuerdo lluvias ni tormentas. Sí tengo claro que la diferencia pasaba por mis sentimientos. Cualquiera comprende que una cosa es que se trate de un día frío y otra muy distinta es sentir frío por dentro. No fue un sentimiento pasajero, me acompañó la mayoría de los días que concurrí a ambas escuelas. En una me sentía casi siempre abrigado. En la otra más bien a la intemperie.En verdad eran dos escuelas muy distintas entre sí. Una era pequeña, casi diría apretada. La otra aparece inmensa en mis recuerdos y multitudinaria. La escuela fría era la escuela pequeña. Este recuerdo meteorológico no tendría demasiada importancia educativa en sí mismo. Tal vez esté expresando más mi historia personal que la realidad de esas escuelas. No tengo confirmado que mis pequeños compañeros sintieran lo mismo que yo. Pero el dato se vuelve más interesante porque esas dos escuelas dejaron improntas diferentes en mi vida. La escuela cálida dejó innumerables huellas fértiles. No puedo decir lo mismo de la otra. Ahora, a la distancia, me atrevo a proponer la teoría de que ese calor misterioso que llegaba a mis sentimientos de niño, era la explicación. La diferencia no la hacían un profesor o los directivos de la escuela cálida. Puedo decir que ninguno de estos tenía algo especialmente notable como pedagogos. Tampoco poseían un método de enseñanza de avanzada. Era ese algo que "estaba en el aire" que contagiaba. Un educador invisible, colectivo. Un mensaje respirado: en esa escuela se quería a los niños.Si deseamos formar a nuestros niños y niñas, muchachos y chicas en los valores que sostienen la democracia parece necesario trabajar en ese lugar entre las personas que es el colectivo enseñante. Cultura de la institución, prácticas profesionales, paradigma de los vínculos, esquemas de comunicación, modelos de gestión directiva, mensajes inscriptos en la distribución del espacio y del tiempo, rituales, mandatos de silencio..., son un potente emisor de mensajes valorativos.
Artículo publicado en :
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miércoles, 21 de mayo de 2008
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